Tzitzilin
Entre la separación del alma y el cuerpo,
eres la sangre que se derrama en el nopal,
sobre la tuna y sobre la flor;
me has recorrido por dentro y te
paseaste por mis entrañas.
Encontraste el cajón de mis secretos
y te los has comido todos.
No me queda más nada para ti,
no tengo nada que ofrendarte,
excepto las cenizas que anidan en mi corazón.
Volaste del centro de mis brazos,
volaste y volaste, te elevaste en
el vuelo y te fuiste lejos,
y te posaste sobre una flor amarilla,
niña de sangre y de barro.
Deseé que fueras un colibrí melómano,
pero eres un águila silenciosa que se
cierne sobre un dulce sueño
que ha dejado de existir,
pedacito precioso de materia inerte.
Fuiste un licor de dulces sabores,
y me deleité en el abismo de tus ojos,
pero toda esa belleza voló hacia el cerro
de mi pueblo, y te seguí.
Subí para llenarte de besos pero no te
encontré. Recorrí las faldas tristes del
monte y te perdí. Bajé, pero mi
corazón jamás bajó del cerro, pues se
quedó contigo. Desde entonces no hago
más que tragarme tu silencio.

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